martes, 29 de abril de 2008

triciclo

Una vez siendo muy pequeña, de 3 ó 4 años, cogí mi triciclo y empecé a correr. Me acuerdo perfectamente del aire en mi cara, mover con fuerza las piernas en los pedales, alejándome en cada pedalada, apartarme el pelo rubio de la cara. Dejé atrás a mis padres, y seguí corriendo, recuerdo aún siendo tan pequeña como corría, corrí con todas mis fuerzas, me quería ir lejos, a ver qué había, a ver qué pasaba…Mi padre me alcanzó y me llevé un buen azote en el culo, pero el veneno ya había entrado en mis venas. De niña también me daban esas ventoleras, cuando me venía mi madre a buscar al cole, yo ya me había ido porque quería volver sola a casa. Siempre me caían unas broncas importantes y dejé de hacerlo por ese motivo pero recuerdo fantasear con el irme muy, muy lejos. En la adolescencia, lejos del control paterno, retomé mi hábito. Me gustaba callejear yo sola, sin rumbo, ir por lugares donde nunca hubiese estado. Cuando me invadía la angustia, me marchaba yo sola, sin dar explicaciones a nadie, en lugares donde nadie me conocía, me sentía invisible, era como si pudiese desaparecer, como si me disipase en el aire. En mi adolescencia, muchas veces soñaba con coger un tren y marcharme muy muy lejos, sin saber a dónde, el lugar era lo de menos, era un lugar donde me encontraría. No era huir, no. Era encontrarme en otro lugar, poder ser otra yo en otro sitio porque aquí me sentía actuando en una vida de mentira. Estaba segura que la Pequeña Desorden sería más auténtica en otro lugar, un sitio donde los sueños se podrían cumplir. Me sentía ensayando para el gran papel que me esperaba: el de protagonista de mi vida, no mera observadora. A veces la angustia se me atrapaba al pecho, una especie de insatisfacción enorme, inabarcable, ganas de llorar que se aferraban a mi garganta, aunque todo estuviese bien, aunque yo no estuviese triste. Sólo quería empezar de nuevo en otro lugar y borrar todo lo que llevaba hecho. Y marchaba, desaparecía unas horas. Era más importante mi ausencia en el lugar donde solía estar que al sitio que realmente iba.
Con 25 años me marché a Londres sin billete de vuelta. Allí me sentí sola, realmente sola. Fue una época de mi vida muy intensa, buena y mala a la vez. Recuerdo salir del trabajo de camarera en un pub, y estar lloviendo y yo estar agotada y montarme en el metro y no conocer a nadie, y sentirme vacía y llena al mismo tiempo. Regresé sin curarme. Comprendí que la ciudad es la que llevas contigo dentro, da igual al sitio que vayas.
Soy una persona muy entusiasta, muy alegre. Sin embargo, hay veces que la insatisfacción me llena, que quiero avanzar más deprisa de lo que mis manos pueden alcanzar y me frustra. Mucha gente que me conoce me ha dicho que mi problema es que lo quiero todo YA. Y yo me pregunto por qué no puede ser así.
Todavía me asaltan esos momentos de angustia y tengo ganas de coger mi triciclo y marcharme lejos a hacer borrón y cuenta nueva. Ver que pasa. Ayer salí de clase con Dodo y la tarde amenazaba lluvia, y sentí por un instante ganas de volver a ser invisible y marcharme lejos. Pero duró poco, unos instantes, pues cada vez se parece más mi vida a lo siempre he buscado y ahora no quiero dejar nada atrás. Por primera vez en mi vida me gusta lo que tengo y lo que soy. Por primera vez en mi vida me daría pena dejar todo el camino que llevo andado y todo lo que he conseguido. No me siento actriz secundaria. Ya no tengo que huir.

2 comentarios:

potsis dijo...

Nunca he sentido esa necesidad de irme a otro sitio, porque nadie me conocería donde fuese a ir. Yo no sé ir por la calle rodeado de desconocidos.

Ana la Rana dijo...

Yo he sentido muchas veces esa necesidad de huir, de volar... pero nunca lo he hecho... porque en el fondo mis raíces siempre me han anclado a mi vida... y hoy por hoy me gusta cómo estoy (aunque tengo algunas cosillas que mejorar, como todo el mundo, irme de aquí ahora sin más no me iba a solucionar nada)