El porcentaje de habitantes con el que hemos tenido contacto es ínfimo. Dentro de ese porcentaje tan pequeño de la población total de la tierra está la gente que realmente conocemos, con la que hemos intercambiado más de 10 frases o hemos compartido alguna experiencia. Hoy no me voy a referir a la gente que hemos elegido, que nos rodea y nos ayuda a crear nuestra identidad. Hoy sólo pienso en la gente que no conozco, que me queda por conocer, la gente con la que tuve un fugaz encuentro compartiendo quizás un vagón de tren o una espera en una fila. Pienso en todas las historias vitales que me faltan por saber, que no sé si algún día conoceré. Pienso en las vidas que jamás descubriré y que quizás pasaron por mi lado. Pienso en las casualidades no percibidas, que nunca supimos , en los efectos mariposa que hacen que yo esté precisamente aquí, escribiendo esto y no en otro lado, rodeada de esta gente y no de otra. Pienso en todos los “y si…” y en los libros de “Elige tu propia aventura” de cuando era pequeña. Pienso en el hombre de gafas con mirada triste que se sienta delante de mí en el bus, en el adolescente patoso y frágil que me empuja sin querer al andar por la calle. Pienso en la mujer con el libro de Paul Auster que se encuentra tres vagones lejos de mí en el mismo tren y cuya cara jamás veré. Sé que es imposible pero creo que no hay vida que no merezca ser contada, quisiera restar el ínfimo número de vidas que conozco del enorme e indeterminado número de gente que existe y ha existido para saber con cuánto me quedo sin saber. Pienso en tantas vidas, para mí anónimas, bellas, injustas, grandes, pequeñas, ninguna anodina. Y creo firmemente que ninguna absolutamente ninguna sobra o falta, que todas han contribuido a que esto sea así, ni mejor ni peor, simplemente así. Con cada uno de nuestros pequeños actos por insignificantes que sean, todos sumados, hemos llegado hasta aquí.
Pienso en todas las cosas por las que me queda sorprenderme, maravillarme, emocionarme, conmocionarme. Esto es estar vivo porque no hay nada , nada absolutamente nada de lo que vivimos en los que estén implicados otros seres humanos.
Creo firmemente que Dios no existe, lo cual me hace creyente de algo. El cielo si existe está aquí, y con el infierno pasa lo mismo. No creo que exista un infierno peor que la incomunicación, el aislamiento, la injusticia o la discriminación. No creo que al morir todo haya acabado porque creo firmemente en que hemos dejado una huella, algo que esto sea así y no de otro modo.
Creo en nuestra increíble pequeñez, en nuestra maravillosa capacidad para crear. Si miras el trabajo de una hormiga realmente no es una gran cosa pero si lo ves desde su perspectiva, es como si fuera Dios. Si el cielo existe está aquí entre nosotros, en la comunicación, en el amor, en el arte, en las palabras, en el compartir experiencias...
A veces me maravilla, me desborda hasta los límites de mi pequeño ser la belleza de la vida. Me emociona, conmociona, me desborada, me deja patidifusa, obtusa y difusa tanta belleza. Pienso en las caricias, en los besos, en las palabras, en la sonrisa, pienso en todas las historias que me faltan por conocer, pienso en las fugaces chispas de emoción intensa que a todos nos une. Pienso en el talibán, en la neozeolandesa, en el peruano, en mí, en aquellos momentos que jamás compartiremos y que sin saber los unos de los otros, nos han unido.
Todos los que somos y hemos sido venimos del mismo sitio, de una misma célula y que, independientemente de nuestra cultura, de nuestra lengua, de nuestro color de piel, todos somos uno, con una capacidad para sentir. Creo que todos los seres humanos, absolutamente todos hemos experimentado un sentimiento de orgasmo de vida, una sensación intensa de culmen, no necesariamente de felicidad, sino de desbordamiento de emociones en algún instante de nuestra vida y creo que es lo que nos hermana.
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