Lunes. 9:50 horas. Llueve. El cielo como mi ánimo. La pila de trabajo que dejé el viernes por la tarde encima de mi mesa me espera tal y como la dejé. Tenía la esperanza de que durante el fin de semana en un acto de canibalismo mi trabajo pendiente se hubiera autofagocitado y no tuviese nada que hacer. Pues nada, ahí sigue mi pila de papeles con cara de estar contenta de verme y con ganas de procrear y reproducirse durante la semana que se nos presenta por delante. Yo prometo, os juro de verdad, que no hago nada por cuidarla. No la riego ni le digo palabras bonitas. Sin embargo, pese a mi descuido y casi maltrato, mi curro crece con vida propia y se expande como una planta tropical en la rivera del Amazonas. Y aquí le tengo exuberante, fresco y tan verde, tanto que da miedo. A este paso temo que sea tal la montaña de trabajo que no pueda ni entrar en mi despacho y tenga que trabajar desde la calle…
Me acerco a él con cuidado y ronronea, deseoso de mi atención y caricias. Cojo el primer informe y empieza a crecer exultante ante mis ojos. Le empiezan a nacer hijos por todas partes, parece un mosquito-tigre que sólo necesita una gotita de agua estancada –en este caso, mi atención estancada- para reproducirse y multiplicarse de forma desaforada. Me armo de post-its y cierro el primer informe con un suspiro. Abro el segundo pero lo cierro rápidamente no sea que lo polinice con mi mirada de pez miope y empiece a brotar. Me acuerdo de mis clases teóricas de organización y distribución de tiempo para mejorar la productividad. Las tareas urgentes antes que las importantes. No es posible hacer esa separación, todo tenía que ser para ayer.
Cojo un papel y con mi mejor letra, escribo “Things to do” que parece que así en inglés tiene más gracia y la lista que emerge de mi lápiz es inmensa, infinita y eterna. Vislumbro tantas horas extras, tantas horas de luz mortecina de fluorescente de despacho para lograr borrar una línea de mi lista mastodóntica de tareas pendientes, vislumbro mi culo plano producto de tantas horas sentada en el despacho…
Me voy a tomar un café, que ya estoy agotada.
(La foto es de mis chanclas en la playa. Que lejos queda el veranito ya…ay)
Me acerco a él con cuidado y ronronea, deseoso de mi atención y caricias. Cojo el primer informe y empieza a crecer exultante ante mis ojos. Le empiezan a nacer hijos por todas partes, parece un mosquito-tigre que sólo necesita una gotita de agua estancada –en este caso, mi atención estancada- para reproducirse y multiplicarse de forma desaforada. Me armo de post-its y cierro el primer informe con un suspiro. Abro el segundo pero lo cierro rápidamente no sea que lo polinice con mi mirada de pez miope y empiece a brotar. Me acuerdo de mis clases teóricas de organización y distribución de tiempo para mejorar la productividad. Las tareas urgentes antes que las importantes. No es posible hacer esa separación, todo tenía que ser para ayer.
Cojo un papel y con mi mejor letra, escribo “Things to do” que parece que así en inglés tiene más gracia y la lista que emerge de mi lápiz es inmensa, infinita y eterna. Vislumbro tantas horas extras, tantas horas de luz mortecina de fluorescente de despacho para lograr borrar una línea de mi lista mastodóntica de tareas pendientes, vislumbro mi culo plano producto de tantas horas sentada en el despacho…
Me voy a tomar un café, que ya estoy agotada.
(La foto es de mis chanclas en la playa. Que lejos queda el veranito ya…ay)